A
GUSTAVO FAVERÓN PATRIAU
EL ANTICUARIO, DE GUSTAVO FAVERÓN
Por Alonso Cueto, en Hueso Húmero
La primera frase de El Anticuario establece el tono en el que su autor va a contar la historia: “Habían pasado tres años desde la noche en que Daniel mató a Juliana y su voz en el teléfono sonó como la voz de otra persona”. Esta frase fija una doble premisa: un asesino que ha matado a su novia de treinta y seis puñaladas alza el teléfono y hace una llamada a un amigo. El crimen y la llamada telefónica que se cuentan en forma casi simultánea anuncian una convivencia entre lo excepcional y lo cotidiano, integrados en la misma frase. Esta convivencia parece confirmada en lo que sigue: “Habló sin embargo como si nada hubiera sucedido jamás, para decirme que fuera a visitarlo a la hora de almuerzo”.
A lo largo de esta novela Faverón mantiene este tono objetivo y neutral, para referirse a los crímenes y a la misma enajenación de Daniel. Su enajenación criminal sin embargo es ambigua. Daniel habla con toda normalidad, como lo haría un narrador realista, para decirnos que el amor y el crimen son inseparables. Alguien que mata a su novia de treinta y seis puñaladas sólo puede amarla desesperadamente y en esa afirmación de la unidad de eros y tánatos reside, creo, la tremenda ambigüedad moral y emocional del protagonista de la historia.
Daniel mata a Juliana en un arranque de celos. Luego intenta quemar su cuerpo, lo pone en la maletera del automóvil y lo deja ahí varias horas. Hace “el viaje de la playa a la ciudad, de regreso de la casa de sus padres donde seguía viviendo”, con el cadáver “despanzurrado en la maletera del auto” y luego intenta él también matarse de un disparo en la sien. No lo logra sin embargo porque la pistola que había robado de un armario falla y esto le da tiempo a su padre para salvarle la vida de un puñetazo en la nuca. “Salvarle la vida de un puñetazo en la nuca”: me parece que esta es una de las frase típicas de “El Anticuario”. Estamos, qué duda cabe, en el ámbito de la violencia y de la muerte que se confunden con la salvación. El paradigma de Roberto Bolaño —el arte de mirar de frente y con una mirada neutral las experiencias extremas— le sirve a Faverón para hacer una exploración en las posibilidades de un asesino, es decir un contador de historias. Este es el tema del cuerpo de la novela, es decir la gran charla en forma de narración entre Daniel y Gustavo.
El ingreso al universo de los relatos parece un rito. Cuando Daniel el asesino es internado en el manicomio el narrador llamado Gustavo va a buscarlo. El capítulo II se inicia con una descripción minuciosa del local del manicomio. Gustavo entra al manicomio como quien entra a un templo. El lugar está rodeado de árboles y mientras va entrando se van formando un universo, un tiempo y un espacio nuevos. Estamos entrando a una dimensión de la realidad distinta donde el sacerdote, es decir el contador de historias, va a ser Daniel: el asesino celoso de su amada Juliana. Al entrar al manicomio leemos que el ruido de los carros y los pájaros se filtra en el hall de entrada, viajando en “una sábana de luz granulosa que me hizo ver a las personas de su interior como objetos trasparentes”: “Proyecciones que se elevaban desde el suelo y se hacían más borrosas cuanto más altas fueran, hasta formar, a la altura de mis ojos, una nube de cuerpos traslúcidos”. El ruido de los automóviles desaparece en el silencio decantado en el interior del manicomio, la niña ciega de faldita rosada y la mujer que habla en el teléfono público a la entrada del manicomio, parecen los últimos seres humanos del mundo real que ve el narrador. El ingreso al manicomio es, pues, el ingreso a una dimensión ajena a la del mundo de afuera. Es por lo tanto el ingreso al mundo de los relatos, al mundo del arte. El manicomio se convierte, así, en el templo de las historias y el asesino celoso y amante, en su pontífice. Una vez dentro, el narrador Gustavo almuerza en silencio con Daniel que tiene un cuchillo de plástico y mientras lo va manipulando le dice que ha ocurrido algo y que necesita que Gustavo lo ayude.
A partir de entonces Daniel el asesino y loco se convierte en un contador de historias. “Te voy a contar muchas historias hoy”, le dice Daniel tomando del brazo al narrador. Si el manicomio es el reino de la ficción y Daniel es el artista religioso de la ambigüedad y el crimen, “El Anticuario” es un retrato del artista como un criminal deshonrado. Su premisa es que acaso todas las novelas y relatos pueden venir solo de esa zona de la conciencia en la que un artista da rienda suelta a sus propias historias con la misma pulsión con la que asesina a sus seres queridos. Contar es suprimir, violentar, asesinar así como también crear. El acto de contar es esencialmente ambiguo y a la vez desesperado y ocurre siempre desde el amor y la muerte llevados a sus extremos.
Desde que Daniel y Gustavo empiezan a hablar, se presentan nuevos crímenes que ellos se reúnen para intentar resolver, en realidad para entenderlos, en realidad para saber de ellos. Gustavo es un lector de crímenes, es decir de historias, que se enfrenta a Daniel, el que cuenta. Si escribir es vivir y morir, como cree Daniel, leer es ayudar al escritor a compartir las experiencias de la vida y de la muerte.
He disfrutado mucho leyendo El Anticuario, no sólo por las brillantes historias que salen de boca de Daniel sino también por su magnífica prosa. La capacidad de descripción de Faverón es muy notable. “La cruz marrón en la frente, una ristra de arrugas, los ojos entrecerrados” con que aparece Daniel en el capítulo cuarto como un anciano prematuro, por ejemplo, muestra a un observador preciso y a la vez original. Lo mismo puedo decir de la presencia de Sofía, Adela (el otro nombre de Juliana), Yanaúma.
Un erotismo fúnebre forma un pacto entre los personajes. Daniel es el anticuario que ha almacenado las historias en su mente. Gustavo, lingüista de profesión, entiende que el lenguaje no existe fuera de la locura contenida que lo dicta. Entre ambos hay una relación tan carnívora y destructora como la que hay entre Daniel y Juliana. Daniel es un depredador de la vida a su alrededor y de la suya propia. Es el artista. El Anticuario es una gran metáfora del arte de contar y de aquello que lo alimenta. La sangre silenciosa de lo que los artistas más quieren. Gran novela.